Todo era odio y egoísmo fuerte
Nada a su favor se presentaba,
La muerte se acercaba lentamente;
Y más martirio al Salvador le daba.
Pobre Señor en todo escarnecido,
Solo en la cruz pagando nuestra cuenta,
Pero el pobre mortal no ha comprendido;
Cuánto pesa la cruz sobre la cuesta.
Esa cruz sagrada del calvario
Donde no esquivo dolor ni sufrimiento,
Se enfrentó valiente al adversario;
Sin excusas, sin más remordimiento.
¿Dónde está la grande multitud
Que se agolpaba para oírle predicar?
Tan solo El aparece allá en la cumbre;
Y el mismo Dios se le negó a mirar.
Solitario cual invicto caudillo,
No se arredró ante el gentío indiferente,
No le espantaron los golpes del martillo;
Ni le agobiaron las espinas en su frente.
En aquella condición horripilante
Y ante tanto dolor anonadado,
Clama el Señor tierno y amante:
“Padre mío, ¿porque me has desamparado?”
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